En esta página se encontrarán con cuentos de: misterio, suspenso, fantásticos y de terror. También de aventuras y humor, y pequeños fragmentos de dos novelas. Pueden dejar sus comentarios.


Les avisamos que pronto estará lista la pagina oficial del autor: www.hugomitoire.com.ar

Saludos.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Papando moscas


(Del libro Cuando era chico – Vol. 1)

Todo niño menor de doce años tiene derecho a papar moscas sin que nadie lo interrumpa, ni lo rete, ni se burle. Claro, tampoco la pavada, no se puede papar moscas el día entero, hay momentos y momentos.
Yo calculo que a cada niño habría que autorizarlo a papar moscas hasta cuatro horas por día. Más de eso no conviene, porque ya se torna peligroso y puede quedar medio tonto. Tampoco es bueno papar moscas las cuatros horas seguidas sin descanso, lo mejor es papar moscas de rato en rato, por ejemplo, cinco minutos ahora, más tarde diez, después otros cinco minutitos. Yo estoy seguro de que de esa manera se disfruta mucho más.
Se puede papar moscas de cualquier forma o en cualquier posición, pero la forma más cómoda es con los codos sobre la mesa o el banco, y la pera apoyada en las dos manos, ¡si habré papado moscas así!
Uno de los lugares más lindos para papar moscas es la escuela, durante la hora de matemática o de geografía. Ahí uno puede papar moscas de varias maneras, la principal y la más disimulada es mirar a la maestra mientras habla del numerador y el denominador o de los meandros o planicies, pero mirar sin verla, y pensar en cualquier cosa o también se puede pensar en nada, o sea uno ve todo blanco. Otra forma muy placentera es mirar por la ventana y fijar la vista en algunas nubes y si no hay nubes no importa, se mira el cielo y listo. Puede ocurrir que en el momento de la papación, la maestra nos pesque,
-¡Fulanito! ¡Otra vez papando moscas!  A ver, párese y dígame, ¿dónde desemboca el río Guaycurú?
Y el papante, se pone colorado como un tomate, tiembla y mira a sus compañeros que ríen de placer, y algunos hacen señas de burlas y entonces pregunta,
-¿Dónde desemboca quién...?
Y ahí la maestra le da un buen reto, lo hace sentar y lo amenaza con que le va a poner un cero, que va a llamar a los padres y además que lo mandará a la dirección.
La papación de moscas más embromada es cuando uno se enamora de alguna compañerita o directamente de la maestra ¡Qué lo tiró! ¡Eso sí que es complicado!
Yo creo que a los que están enamorados habría que permitirles papar moscas –como mínimo- seis horas, porque las necesitan.
Cuando uno está enamorado de una compañerita, la mira y parece ver un ángel con alitas y todo, la ve sentada en un banquito, que escribe acariciando el papel y que cada tanto nos mira y nos sonríe, aunque no nos mire ni nos sonría. Si a ella se le termina la tinta de su lapicera y nos pide prestado un poco de tinta o una lapicera de repuesto, nosotros sin dudar le damos nuestra lapicera y el portafolio entero también, dejamos de escribir y nos importa un pito.
Ahora, cuando uno se enamora de su maestra la cosa es más complicada, porque uno no puede mirar a otro lado que no sea a su maestra y allí la ve como una hermosa hada vestida de blanco, flotando sobre el pizarrón, haciendo dibujos con la tiza y sonriendo. Uno queda totalmente embobado y no puede ver otra cosa, ni entender absolutamente nada de lo que está explicando.
Yo, la verdad, me enamoré de mi maestra de cuarto grado, que se llamaba Laura Castro y que era más linda que el sol, claro, por eso me enamoré. Papaba moscas desde que izábamos la bandera para entrar hasta cuando cantábamos “Aquí está la bandera idolatrada, la enseña que Belgrano nos legó”, a la salida. Un día ella preguntó quién sabía cantar, y yo para lucirme y para que ella se fijara en mí, dije “¡Yo!”, y me animé a cantar sin música, así nomás, a grito pelado. Recuerdo que con las manos hacía como que tocaba una guitarra y canté un chamamé titulado “Juan Payé”, y eso que yo cantando era peor que un perro enfermo, ronco y con tos, pero bueno, esas son cosas de enamorados, uno hace lo que siente y al que no le guste que se vaya a freír mondongo.
Otro momento para papar moscas, aunque un poco peligroso, es cuando uno va caminando, y es peligroso porque muchas veces se puede llevar por delante un árbol o atropellar a otras personas o caerse en un pozo, no conviene papar moscas cuando uno camina.
Pero creo que el peor momento y lugar para papar moscas es en la propia casa, a la hora del almuerzo o cena, y requetepeor, si tenemos hermanos más grandes, ¡mamita querida! ¡Qué sufrimiento!
El problema de la papación, es que uno no sabe en qué momento empezará, porque nosotros no podemos decidir eso, la papación te viene de golpe y listo. Casi siempre ocurre cuando uno está muy distraído. Por eso es feo si uno está en la mesa con sus padres y hermanos mayores, y de golpe nos viene la papación,
-¡Mamá! ¡Miralo a fulanito! Otra vez está con cara de idiota, tenés que llevarlo al doctor, antes que se quede idiota del todo- dice nuestro hermano mayor.
O sino,
-¡Papá! ¡Mirá la cara de tonto que pone fulanito! ¿Sabés por queeeé?– y nos mira burlón- Porque está enamorado de una compañerita... ¡de la hija del portero! ¡¡¡Juajuajua!!!!
En ese momento uno puede recibir ayuda de su madre, que le da un castañazo al burlón, pero tenemos muchas ganas de meter la cabeza en el plato de sopa, o de ponerle de sombrero el plato de sopa a nuestro hermano ¡Como si él nunca hubiese papado moscas!
A mí no me importaba nada, bueno, en realidad yo no tenía hermanos mayores, así que ese problema nunca lo tuve, pero a la hora de papar moscas, no había otro como yo. Yo papaba moscas unas ocho o diez horas por día, ¡y qué hermoso era!
Un 25 de Mayo, teníamos que bailar el pericón en la fiesta de la escuela, éramos unas veinte parejas y yo me había puesto una bombacha gris bataraza que me había hecho mi abuela María, tenía alpargatas nuevas, una camisa blanca y una faja que me había regalado mi abuelo cuando vivía ¡Qué estampa de gauchito! La macana fue que me tocó una compañera feísima, que le faltaban dientes y... ¡encima estaba enamorada de mí! Que situación espantosa. Pero lo peor era que mi novia, o sea la que a mí me gustaba para novia (pero ella no sabía nada), ¡estaba de pareja con Rulito Coronel! ¡Y él también decía que era su novia! Eso sí que me dio rabia, porque yo había dicho primero que ella era mi novia. Bueno, la cosa es que mientras dábamos vuelta taconeando y haciendo la coreografía, yo miré para atrás, para verla y cuando la vi, cuando vi sus trencitas y que me miraba, ahí me agarró una papación inmediata y brutal, ¡qué papelón! Parece que yo seguí de largo cuando teníamos que doblar y ya me estaba por llevar por delante una mesa con gente y todo, cuando el Negro Maidana que venía atrás, me estiró de la camisa para que reaccionara y todas las doscientas personas que estaban en la fiesta, se largaron a reír a carcajadas. Pero a mí  me importó un pito.
Cuando uno papa moscas, vive otras vidas, conoce otros lugares y otras personas, y lo más importante es que uno hace lo que quiere, todo lo que se le da la gana y todo ocurre como nosotros pensamos.
A veces yo me casaba con mi compañerita y vivíamos en un lugar muy lindo, íbamos al almacén o caminábamos por la plaza y todo era maravilloso; otras veces me casaba con mi maestra y todo era fantástico, y nadie preguntaba por qué una maestra se casaba con su alumno. Una vez que papé moscas por más de quince minutos, fui compañero de Mate Cosido y su banda, ¡qué feliz me sentí! Me acuerdo de que íbamos a caballo y corríamos a un tren y meta tiros nomás, hasta que lo alcanzamos, saltamos de los caballos y nos subimos a los vagones, ¡que estaban llenos de lingotes de oro! Los tipos del tren eran de Norteamérica y hablaban en inglés, y Mate Cosido los tomó prisioneros a todos y lo más lindo fue que después repartimos todo el oro entre la gente pobre.
Otra papación muy linda fue un 21 de septiembre, en un pic-nic en Paso Paloma. Estábamos con los de cuarto, quinto y sexto, y justo cuando comíamos unos canapés, sentados en el pasto, yo me puse a mirar a mi novia y me agarró la papación.  Ahí empecé a ver un tigre grandísimo que salía desde el monte y se venía derechito para comerse a unos cuantos de nosotros y... ¡patita para qué te quiero! Se armó un desparramo de gente que no se podía creer, chicos y maestras que subían a los árboles o se tiraban al agua o corrían hacia el camino y todo el mundo gritaba y pedía socorro. Y adivinen quién salió a enfrentar al terrible tigre, quién decidió arriesgar su vida y salvar a todos: yo, sí, yo, sin dudarlo saqué mi cortaplumas, que siempre llevaba a los pic-nic, y ahí nomás lo empecé a correr y a gritarle que se quedara y no fuera cobarde y en seguida vino en mi ayuda el Negro Maidana con un palo de escoba. La cosa es que al tigre lo corrimos como doscientos metros y yo llegué a tajearle toda la cola. Se salvó por un pelito de que no lo matara. Cuando volvimos, todos nos aplaudían, nos levantaban en andas y casi todas las chicas se enamoraban de mí y unas cuantas del Negro.
Por eso yo pienso que todos los chicos tienen el derecho irremplazable a papar moscas, aunque sea dos horas por día, porque sino, ningún chico puede ser feliz, sin papar moscas un solo minuto en el día y viviendo solamente la vida real.
Lo que más me gustaría a mí, sería que pusieran una materia desde primero hasta séptimo grado, que se llame: Papando Moscas.

3 comentarios:

  1. Es hermoso!!!! te lleva a tu niñez! Gracias Hugo

    ResponderEliminar
  2. Hermoso cuento. Soy profesor de Lengua y Literatura y realmente debo felicitar al autor de este texto que tiene mucho de emoción, de aventura, pero por sobre todo (y para fortuna de los grandes que no queremos dejar de ser chicos) mucho candor

    ResponderEliminar
  3. Bello...que tarea más noble.
    Felicidades por tu gran trabajo

    ResponderEliminar