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miércoles, 26 de octubre de 2011

Capítulo I – Parte 5. La transformación


(De la novela Historia de un niño-lobo)

Un rato después, comenzó a sentir que se le estiraba la piel. Le parecía que sus manos se agrandaban, se empezó a tocar y sintió que tenía pelos en todas partes. No podía pensar en nada, estaba como confundido. Sintió que sus orejas, cuando rozaban la almohada, eran distintas. No se animó a prender de nuevo la vela, se levantó arrimándose a la ventana, donde la luna alumbraba con toda intensidad y entonces ya no le quedó ninguna duda, la transformación había comenzado, ya se estaba convirtiendo en lobisón. Se tocó la cara y la sintió extraña. Quiso llorar y no pudo, quiso mirarse los pies, y fue como si le hubieran arrancado los pensamientos.
Cuando reaccionó estaba corriendo por el costado de un camino. No sabía hacia donde iba pero se sentía bien, con mucha fuerza y ganas de cualquier cosa, disfrutaba de esa carrera en medio del campo y de la noche, con esa grandísima luna llena. Comprendió también que corría como... ¡¡¡si fuera un perro!!! y no como una persona; tenía cuatro patas, pelos por todas partes... pensó…
¡¡¡Soy un lobisón!! -quiso gritar y llorar y...
-Aaaaaauuuuuuuuuuuuu, aaauuuuuuuuuuu!!!! –comenzó a aullar.
No entendía porque podía pensar como una persona y cuando quería hablar o gritar le salía un aullido. Corrió sin parar, sin saber hacia donde corría. De repente… lo entendió todo, era un lobisón, un animal con cuatro patas, cola, hocico, y lo que es peor, era consciente de eso.
Hizo un trechito más y vio el caserío donde estaba el almacén, unas cuatro o cinco casas más y la escuela, su escuela, donde iba todos los días a la mañana.
Cuando ya estaba muy cerca, a unos cincuenta metros, los perros empezaron a ladrar y aullar como si tuvieran miedo. Todos ladraban desesperadamente, pero ninguno salía a enfrentarlo. De pronto vio que por una puerta, al costado del almacén, salió alguien que en una mano tenía una linterna con la que alumbraba, y en la otra llevaba una escopeta. Se sentía con muchos poderes, podía sentir el menor ruido a la distancia, podía ver casi en la oscuridad, y oler cualquier cosa por más rara que sea.
Eduardo se metió entre el espartillo, se agazapó para que no lo vieran y para no ligar un tiro; entonces el hombre empezó a retar a los perros para que se callaran, pero estos seguían como gimiendo por el terrible miedo y porque querían avisarle a su dueño, que algo había. El lobisón se quedó quieto por unos instantes, hasta que el hombre, después de revisar los alrededores y de alumbrar para todas partes, entró nuevamente a la casa. Los perros se callaron.
Después de unos minutos, el lobisón se dirigió sigiloso hacia el gallinero de la casa de los Pérez, que estaba a unos doscientos metros del almacén, y otra vez se armó un gran batifondo. Los perros empezaron a ladrar como locos, las gallinas cacareaban y los gansos gorjeaban. Ahí ya no dudó, tomó carrera y de un gran salto, pasó limpito el tejido que tenía un metro y medio de alto y cayó entre las gallinas y los gansos. Se armó un revuelo que casi termina asustándose él mismo. Sin perder tiempo y de un zarpazo agarró la primera gallina que se le cruzó y con su gran boca y sus afilados colmillos, le partió el cuello de un mordiscón. Con la gallina muerta en la boca volvió a saltar el tejido y emprendió una veloz carrera campo adentro. Con el tole-tole que se armó, los perros no paraban de ladrar y gemir, las gallinas se habían vuelto locas, y el dueño de casa se levantó y salió a ver que pasaba, y ahí nomás les gritó,
-¡Juira perro! ¡Juira! Seguro que son esas comadrejas de porquería… –mientras recorría los alrededores de la casa.
Lo único que encontró fue un gran alboroto de todos los animales. Entonces se dirigió hacia el gallinero y cuando alumbró para adentro encontró lo que sospechaba, había plumas desparramadas por el piso y un gran reguero de sangre.
-Comadreja hijuna gransiete, si te agarro te hago volar la cabeza...
A unos cien metros, sobre una lomita de tierra blanca, el lobisón se devoraba a la gallina. Se la comió con plumas y todo. Después volvió a acercarse al caserío, porque se le ocurrió una idea. Quería recorrer su escuela, quería ver desde la ventana su aula, su banco, el pizarrón, quería percibir el olor a tiza y tinta que siempre había en su aula y sobre todo, quería saber como se sentiría mirando todo eso como un lobisón.
Se acercó con mucho sigilo, pero los perros de los alrededores igual empezaron a ladrar. Llegó hasta la ventana del aula de séptimo grado, y se paró en dos patas; acercó el hocico contra el vidrio y con la claridad que daba la luna y su aguda visión, pudo ver todas esas cosas que le eran tan familiares. Quiso llorar, empezó a gemir, sintió miedo de no poder convertirse nuevamente en humano, y de no poder regresar a su escuela para estar con sus compañeros. Una profunda tristeza lo invadió. De un salto dio media vuelta y empezó a correr para su casa, no sabía que hacer, ni cuanto le duraría la transformación. Pensó que no podía volver en ese estado a su pieza. Recordó haber leído que antes del amanecer, comenzaría nuevamente la transformación inversa, entonces no quiso alejarse demasiado (…)

1 comentario:

  1. Me encantan los cuentos! Me leí casi todos, me falta el 6! :D Agradezco mucho que existan! ^^

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